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Hobsbwam cerró sus ojos, por última vez


Nacido en Alejandría allá por 1917, a sus 95 años, hoy, el historiador Eric Hobsbawm, cerró sus ojos por última vez. Fue quizás una de las miradas más sagaces, agudas y críticas –como su pasión marxista lo indicaba-, que supo analizar, comprender, trasmitir y despertar interrogantes no solo en el mundo académico sino en varios miles de lectores de todo el mundo –y eso es un mérito a destacar-

Este relato se escribió en mi mente como recuerdos propios y una forma de recordarlo a él.


Tengo una imagen que, forzada por las noticias del día, quieren ser relato. Parte del reservorio de hechos que, digámoslo así, constituye una trama biográfica, la propia. (Y que pertinente es mostrarme involucrada con mi propia historia al recordarlo).

Es de tarde, ningún acontecimiento marca un giro en la historia del mundo; es una tarde más.

No para quien suscribe.

Hechas las cosas de la escuela para el día siguiente, estaba inquieta con saber algo más sobre el siglo XX; sabía que una infinidad mayor de acontecimientos habían sucedido pero la comparación entre las tácticas de guerra de la primera y segunda guerra mundial se llevaban toda la atención en el aula de clases de historia (espantoso libro aquel que leíamos).

Fui a la biblioteca de mi madre y comencé a hurgar. Encontré un libro de tapa dura; estaba escrito en los márgenes por ella, "¿qué es la historia?” “Función de la historia". Contenía dos cortes con imágenes que representaban el ¿siglo XX corto? Comencé a leerlo.

Era rara esa primera lectura, me costaba, pero igual, el libro se dejaba leer por una quinceañera.

***

Primer impacto

Para escribir un libro así, pensaba yo, debería ser un estudioso consagrado. Así todo -algo que se me grabó a fuego- Eric Hobswam le agradecía a sus "estudiantes" en el prólogo.

Segundo impacto:

"El 28 de junio de 1992, el presidente francés Francois Mitterrand se desplazó súbitamente, sin previo aviso y sin que nadie lo esperara, a Sarajevo, escenario central de una guerra en los Balcanes que en lo que quedaba de año se cobraría quizás 150. 000 vidas. Su objetivo era hacer patente a la opinión mundial la gravedad de la crisis de Bosnia. En verdad, la presencia de un estadista distinguido, anciano y visiblemente debilitado bajo los disparos de las armas de fuego y de la artillería fue muy comentada y despertó una gran admiración. Sin embargo, un aspecto de la visita de Mitterrand pasó prácticamente inadvertido, aunque tenía una importancia fundamental: la fecha. ¿Por qué había elegido el presidente de Francia esa fecha para ir a Sarajevo? Porque el 28 de junio era el aniversario del asesinato en Sarajevo, en 1914, del archiduque Francisco Fernando de Austria-Hungría, que desencadenó, pocas semanas después, el estallido de la primera guerra mundial. Para cualquier europeo instruido de la edad de Mitterrand, era evidente la conexión entre la fecha, el lugar y el recordatorio de una catástrofe histórica precipitada por una equivocación política y un error de cálculo. La elección de una fecha simbólica era tal vez la mejor forma de resaltar las posibles consecuencias de la crisis de Bosnia. Sin embargo, sólo algunos historiadores profesionales y algunos ciudadanos de edad muy avanzada comprendieron la alusión. La memoria histórica ya no estaba viva.

La destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX. En su mayor parte, los jóvenes, hombres y mujeres, de este final de siglo crecen en una suerte de presente permanente sin relación orgánica alguna con el pasado del tiempo en el que viven. Esto otorga a los historiadores, cuya tarea consiste en recordar lo que otros olvidan, mayor trascendencia que la que han tenido nunca, en estos arios finales del segundo milenio. Pero por esa misma razón deben ser algo más que simples cronistas, recordadores y compiladores, aunque esta sea también una función necesaria de los historiadores. (…)

Mi propósito es comprender y explicar por qué los acontecimientos ocurrieron de esa forma y qué nexo existe entre ellos (…) Hablamos como hombres y mujeres de un tiempo y un lugar concretos, que han participado en su historia en formas diversas.”.

Primer impacto

Desde ese día comencé a discutir con mis profesores, desde ese día, en “educación cívica” –nefasta asignatura- comencé a discutir la teoría de los dos demonios.

El “profesor” ya no era solo el lugar del conocimiento; el estudiante (alumno para mis docentes) tenía mucho que decir, que aportar, que construir, preguntas que generar o respuestas para dar. Existe algo de mi propia concepción del proceso de enseñanza-aprendizaje –junto con mis estudios posteriores- y de “cómo elegimos construir el conocimiento” que había cambiado radicalmente a partir de ese breve prólogo de la “Historia del Siglo XX” de Eric Hobsbawm.



Segundo Impacto

La historia no era un cuentito una y otra y otra vez repetido. Nuestro presente se vinculaba de algún modo con el pasado; ese, que nos ayudaba a entendernos, pero ¿por qué el presidente francés elegía una fecha simbólica que tenía 78 años de distancia? ¿Es que la historia cumplía una función social? ¿Acaso iba más allá del simple hecho de saber que algo había pasado antes? ¿La historia podía ayudar a transformar el mundo? ¿Qué importaba el presente del que solo “relata algo que ya pasó?

En la historia existían acontecimientos, si, pero también había conexiones entre los acontecimientos, pero no el simple paso consecutivo de uno a otro, y simplemente “causa-consecuencia”. La historia tenía que contar, conectar, interpretar, y en eso había un presente que nos guiaba para preguntar en el pasado.

***

Esa tarde le pedí a mi mamá que me contará cómo era, y se tomo unas cuantas horas para contarme “el oficio del historiador”.

Esa tarde, intuyo, comprendí que la historia no se petrifica en un libro, que la historia es acción humana, movimiento –más tarde entendería también la dialéctica- acontecimientos, coyunturas, que nos “sucede a todos”; esa tarde me enamoré de la historia, y la elegí como una herramienta para intervenir en el presente.

“He visto cómo se extinguían de la faz de la tierra todos los imperios coloniales europeos, incluido aquel que llegó a ser el más vasto y poderoso de ellos durante mis años de infancia. He visto grandes potencias mundiales relegadas a jugar en las ligas inferiores. He visto la irrupción y la caída de un estado alemán que esperaba durar mil años, y también el nacimiento y el final de un poder revolucionario que amenazaba extenderse al mundo entero. He visto un tiempo en que la palabra capitalismo contaba con tan pocos votos como la palabra comunismo en la actualidad. Dudo de que llegue a ver el fin del imperio americano, pero puedo asegurar que algunos lectores de este libro habrán de presenciarlo”. Eric Hobsbwam en entrevista realizada en 2011.

Lagrima Luna

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