Hoy ya es 12, pero el 11/09 para muchos tiene sentido de conmemoración histórica: la caída de Salvador Allende, allá por 1973, el atentado a las Torres Gemelas en el 2001, el nacimiento de Theodor Adorno en 1903, el día del maestro, y tanto más...
Shil y las bodas de madera, Popi y su inmensa paciencia con el esmalte. El gesto tierno de la Maga, Da Vinci colado mientras María, Nadia y yo reportamos un informe de vínculo con la plástica. Hubo un instante en el que hoy miré la mesa en la que estábamos todas -un día de festejo, un día de amistades, de raíces profundas, un día que nos convoca a celebrar juntas - y sentí una mezcla de satisfacción y algo similar a la melancolía.
Un anhelo de eternidad -ingenua- que me define en cada día, en cada momento que cuento quien soy, en cada logro, en cada momento que no nos salió. Ese reservorio de fechas nuestras, biográficas, propias. Esas fechas que toman forma, color, textura para alguno de nosotros, en la vida de "otros" pueden pasar desapercibidas; en esos trazos superpuestos, paralelos, transversales que es nuestra historia biográfica, aparecen estas fechas, números, palabras, gestos, olores -eso, sobre todo, aromas que nos remiten a épocas pasadas, nuestras cajas de recuerdos - ... seres amados.
La lagrima que corre por la mejilla cada vez que un 11 -algo ritualizado, tal vez, pero como muchos otros días con indicios que me hacen ejercitar la memoria- llega, pero, Julio, María, y esa "vanidad de creer que comprendemos las obras del tiempo", y las "cómodas de alcanfor" Singular manía propia de enunciar ...
Retumban las frases, "búscalo en la cómoda de la pieza" y me resisto a perder esa música de mi recuerdo, aunque más no sea en sueños o la memoria lo distorsione.
Y hoy, ahí estamos, un diciembre como muchos pasados, buscando un hilo que, creemos, la navidad pasada guardamos en el cajón de la cómoda. Tenemos todavía que colgar algunos adornos en el árbol, y después poner las tarjetas bajo el vidrio de la mesa. ¿La condición? Una vez que terminemos, volvemos a los dados, porque perdí y quiero mi revancha. Pasa Toto que está desenrollando las millones de luces que no entran en ningún lado, Bego mira, y de golpe, otra vez, en esta habitación, anhelando, y releyendolo una y otra vez: "Pienso en esos objetos, esas cajas, esos utensilios que aparecen a veces en graneros, cocinas o escondrijos, y cuyo uso ya nadie es capaz de explicar. Vanidad de creer que comprendemos las obras del tiempo: él entierra sus muertos y guarda las llaves. Sólo en sueños, en la poesía, en el juego -encender una vela, andar con ella por el corredor- nos asomamos a veces a lo que fuimos antes de ser esto que vaya a saber si somos."
Lagrima Luna, citando a Julio Cortázar, Morelliana, capítulo 105 de Rayuela
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